viernes, 26 de octubre de 2007

El GEN argentino no es San Martín: somos nosotros

Llego 10 días tarde con esta noticia, pero me gustó la reflexión. La nota la saqué de radio continental, y según un mail que me llegó la escribió Orlando Barone.
Antes que nada ¿Existe el gen argentino? Si todavía no se sabe históricamente cuál es el gen del ser humano original. No se sabe si el primer hombre nace de una ameba, de un renacuajo, del big bang, de un mono, de un negro, o del barro. La princesa Máxima acaba de decir que el holandés-holandés no existe y armó un lío bárbaro. Tampoco debe de existir el argentino-argentino. No hay forma de concebirlo sin pensar en un Frankenstein. ¿Y si el gen que nos resume está en un tehuelche, en el fruto de una cautiva y un pampa, en el pequeñito Ceferino Namuncurá, o en un gaucho nómada y harapiento vagando a caballo por el desierto? El juego de un exitoso programa de televisión donde participaron millones de televidentes determinó que el gen argentino es el General San Martín. Superó a Favaloro y a Fangio. La elección es tan obvia como escolar. Adviértase que los tres finalistas militan en las filas del bien: son héroes de géneros distintos pero coincidentemente morales. Sobre ellos el imaginario popular ha montado estatuas de honestidad superior. Somos proclives a la insinceridad: al “debe ser” no al ser como se es. San Martín es de algún modo una utopía; y Fangio y Favoloro- aunque más modestamente- también. Si San Martín es el GEN deseado argentino ¿por qué un siglo y medio después hemos llegado a ser este promedio tan alejado del modelo? ¿Qué tiene que ver San Martín con los generales que le fueron sucediendo y sus estropicios, o con los corruptos civiles que fecundaron nuestra historia anterior y reciente? Francamente si hubiera menos hipocresía y menos sometimiento a estereotipos forzados interesadamente, el gen argentino elegido sería más manchado, más desprolijo, más inestable, más vulnerable, más incierto y más humano. Más lógico. Sería una mezcla del de Facundo Quiroga y Evita; del de Martín Fierro y el patriciado; del de Maradona y Tévez; del de Gardel y Charly García; del de la señora Mirtha Legrand y Nazarena Vélez; del de Borges y Bucay; del de Von Wernick y el padre Angelelli, del de un chico rubio de una publicidad de yogur con vitaminas y del de un chico anónimo y pobrísimo que por buscar en los basurales fue sepultado por la basura. Sería más genuino a “Cambalache” que a “Aurora”. Pero Aurora nos adula más que Discépolo; nos hace más blancos que la cumbia. Nuestro gen argentino también sería un batido entre el gen de quienes balbucean el himno porque no aprendieron la letra porque no fueron a la escuela, y quienes lo cantan como barítonos ante las cámaras pero que no son más patriotas que aquellos. El gen es una partícula invisible cuyo orden a lo largo de los cromosomas “deschava” nuestra historia biológica. Lo más cercano a nuestro magma, lo que más nos expresa es el voto. No sé si un argentino es capaz de mentir en el confesionario y de ocultarle información al sicoanalista. Pero cualquiera suele mentirse a si mismo con tal de no reconocerse desfavorable. Sé que antes de cada elección el argentino se exterioriza opositor. Al abrirse las urnas resulta que era oficialista. Pero después volverá a ser opositor. Porque así luce más inteligente. Nunca se descubrirá nuestro gen. Somos el Dr. Jekill and Mr. Hyde; somos Prada y Gatica; Patoruzú e Isidorito. El dueño del dogo y la dueña de Jasmín. No hay un único gen argentino: porque el gen argentino somos todos nosotros.
Saludos

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